Aturdido en medio de la noche despertó, bajó al comedor. No había escaleras, no sabía que decir. Bebió sin importar aquella agua de mar, directo desde la heladera. No pudo entender las disculpas, pequeñas líneas de cariño, y se desplomó sobre el sillón. En el ensueño caminaba de la mano del vértigo que le contaba chistes sucios al secreteo, las paredes se volvían piso de repente, jugaban con su gravedad. Le querían recordar que siempre iba a caer y que el sueño era eterno.
“El teatro se quedo sin actores y salió a devorar las calles, insaciable y a punto de reventar” – Cavilé sin perder de vista aquella demoníaca obra maestra.
Parecía despertar, se sentía en el mismo lugar. Estatuas de fuego fatuo jugaban a las cartas en una gran mesa redonda, vigilando al cautivo. Desde lo que supe llamar “la realidad” hace ya mucho tiempo, escuchaba una parte de él: Sus ojos blancos ya, no dejaban de temblar, silbaban una melodía de silencios y pasados poco violentos.
Ese cuerpo necesita algo que quemar, sus cables ya no paran de sangrar. Preocupado y poco sorprendido, recogí su ánima que flotaba perdida entre paredes de aquel lugar que alguna vez aprendí a llamar “la realidad”.
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