domingo, 26 de octubre de 2014

#194

Que lindos labios que tenes, a ver decí unbelievable. Perfecto gracias.

Gruesa la gota que recorre tu parpado.
Grueso es el marco, los contornos de la cama.
¿Nosotros? Una naturaleza muerta de cuerpos desnudos.

Estas boca abajo, lo sé porque mordes la almohada.
Queres desayunar también.
Me acuesto encima tuyo... Estas transpirando, lo sé porque yo también.
Siempre es un desastre tu pelo, siempre que juego y encuentro consuelo.
No te dejo levantar, sujeto tus brazos desde las muñecas y los muevo.
Nunca emitimos una palabra. Hoy no se mira con los ojos, ese es el juego.

¿Cómo vamos a cambiar una cosa por otra? Si son todas diferentes.

sábado, 25 de octubre de 2014

#193

No se si soy bueno para contarles historias de amor, tampoco sé cual es el alcance de basarme en una historia real. Claro está que no tengo todos los hechos dispuestos en cronología y precisión. Voy a inventar, voy a manipular aquello que escuché pero nunca confirmé. Es que eso es lo que hacemos los que intentamos escribir, es nuestra forma de tener el control, vivimos remodelando salidas de emergencia mientras ardemos y nunca es suficiente, por suerte.

La niña era feliz, siempre supo serlo aún después de descubrir esos mundos que esconde la gente en el placard. La niña vivía en su pueblo, castigado Macondo de la canción de Serrat. Ella podía ver más allá de las limitaciones de una sociedad quejica que culpaba a su lugar en el mundo por una existencia tan efímera como ensimismada en su propia falta de explicaciones. Repito: Ella era feliz.
Siempre escuchaba un vestido y un amor, y aunque prefería los ángeles escogía el rubí. Había venido al mundo a imitar y dar a los demás, cómo tantos antes que ella.
Era bella también, contorsionista de espejos, se sabía manejar. Muchos la supieron apreciar, se enamoraron sin dudar: Poseídos por su paisaje vasto y primaveral perdían la cordura de una sobredosis afrodisíaca, se mataban entre sí por construir el castillo más alto de la llanura. Pero ella sabía que, por altas que fueran, las torres eran un chiste de salón para los cielos; una metáfora de la existencia de vida y lo infinito del universo.







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No era ninguna tonta, sabía bien cómo dejarse cazar, sabía jugar con la necesidad de los demás. Amaba las tormentas, soñaba con ser un huracán, se divertía con los cortes de luz y la inocente ansiedad que provocaban en los demás. No necesitó de Hollywood para aprender a bailar bajo la lluvia, era creativa porque sabía ser libre.

Su familia era una extraña mezcla de costumbres perdidas a buena leche y psicopatías. Su derecha, justa e inquebrantable, le dictaba un destino de sufrir mientras que su siniestra le daba una resiliencia que iba a saber legar. Sus genes le prometían una vida lejos de ser aburrida.

Mientras las tormentas y los apagones se sucedían, ella simplemente sonreía. Sus hermanas eran victimas y verdugos, pecados y mendigos, futuros a migajas de sueños y días lluviosos con toda la vida por delante. Nunca especuló con el azar de la moneda de turno, sólo le importó el gobierno a unos pocos metros.

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(Un principio.)

viernes, 17 de octubre de 2014

#192

Mamá comprame esos zapatos marrones por favor. Gracias, te amo.

Si hablara de mi, tan sólo hablara de mi, no sabria por donde empezar. Es dificil desvestirme despues de tantos personajes, mundos, psiques y engranajes.
Si hablara de mi pasado encontraría amor en una calle.
Si hablara de mi debería detener mi pluma en la Fructuoso Rivera. Porque fue un punto de inflexión en mi vida, fue mi primera conexión con un mundo que tímido idolatraba. Mis primos y sus imposibles cumplidos, mi tía y su carácter inquebrantable, mi tío y su sed saciada con conocimiento y justicia. La verdadera naturaleza humana ayudando escuelas. Las contradicciones de unos seres humanos perfectos en un eterno choque generando vida: Mis sobrinos. Es que el amor va más allá de las definiciones, son mis sobrinos lo decido yo. Es que sus padres son mis hermanos a golpes, causalidades y destinos.
Recuerdo calles inundadas y aventuras infantiles en tierras desoladas que ahora transito cotidianamente, recuerdo el placer de lo infundado en el alma, la ignorancia que nutre. Recuerdo la Luna de plata que nunca cambia.
Recuerdo que no dudaba en dar mi vida por ellos, tampoco dudaría hacerlo ahora. Después de todo fueron ellos lo que soy hoy.
Es contradictorio porque no creo en la sangre, he atestiguado demasiadas traiciones para creerla tan dulce y espesa como dicen. Pero personalmente no me puedo quejar, que algo te defina con libertad para crecer y cambiar es el mas grande orgullo que pueda existir.
La buena leche dando cátedra, eso no tiene techo.
Son ellos orgullo y felicidad.
Mi gratitud: Mi lealtad y mi confianza en ellos.

jueves, 2 de octubre de 2014

#191

Entre edificios desde el azul del cielo en un horrendo día perfecto se asoman rostros que conjeturan burlas. Es increíble como los días siguen y son perfectos, en un continuo y eterno desfile de sonrisas esquivas de realismo. Es increíble como todos ignoran ese gran marca-pasos en el cielo, como se nos cae el techo y nos chupa un huevo.
Tengo una herida de bala en el abdomen al costado izquierdo y el buche lleno de sangre, pero esto va y vuelve en mi cabeza. ¿Ven? Ya no la tengo.
Por ahí me detengo en la calle en medio de mis rumbos inconclusos, los llamo rumbos inconclusos porque son cotidianos y me llevan a lugares importantes pero siempre vuelvo al mismo tránsito, a los mismos desconocidos, al invierno, verano, otoño, primavera e infierno. Son espirales mis rumbos inconclusos, una estúpida ilusión óptica de algún Dios sobre el tiempo.
En fin... Por ahí me detengo y apoyo mi palma sobre el abdomen izquierdo, si me ves haciendo eso es la herida de bala y la saliva que cargo y desprecio. 
Hace poco leí una frase que decía Aceptar la muerte es aceptarse, pero la muerte nunca fue un problema ¿Acaso la humanidad no es experta en dar respuestas tocando de oído?
El problema es el terror de una vida entre rejas invisibles, intangibles e insípidas. Rejas hechas de un cobre violento con sonido metálico y seco... Las escucho en los cortes comerciales cuando mi abdomen sangra.

Tengo un dolor punzante en mis lumbares y el ceño fruncido como si mal actuase disimulando no saber lo que va y vuelve en mi cabeza. ¿Ven? Ya no lo tengo.
Es otra pausa, en otro momento. Es el verdadero hambre, la necesidad de atestar las fauces del Uróboros con radiación y colores sintéticos.

La herida en el abdomen me da paz: Es el arbol de la vida aceptandose a si mismo.
Es costumbre suplantar el alma con algo premium.