Entre edificios desde el azul del cielo en un horrendo día perfecto se asoman rostros que conjeturan burlas. Es increíble como los días siguen y son perfectos, en un continuo y
eterno desfile de sonrisas esquivas de realismo. Es increíble como todos
ignoran ese gran marca-pasos en el cielo, como se nos cae el techo y nos chupa un huevo.
Tengo una herida de bala en el abdomen al costado izquierdo y el buche lleno de sangre, pero esto va y vuelve en mi cabeza. ¿Ven? Ya no la tengo.
Por ahí me detengo en la calle en medio de mis rumbos inconclusos, los llamo rumbos inconclusos porque son cotidianos y me llevan a lugares importantes pero siempre vuelvo al mismo tránsito, a los mismos desconocidos, al invierno, verano, otoño, primavera e infierno. Son espirales mis rumbos inconclusos, una estúpida ilusión óptica de algún Dios sobre el tiempo.
En fin... Por ahí me detengo y apoyo mi palma sobre el abdomen izquierdo, si me ves haciendo eso es la herida de bala y la saliva que cargo y desprecio.
Hace poco leí una frase que decía Aceptar la muerte es aceptarse, pero la muerte nunca fue un problema ¿Acaso la humanidad no es experta en dar respuestas tocando de oído?
El problema es el terror de una vida entre rejas invisibles, intangibles e insípidas. Rejas hechas de un cobre violento con sonido metálico y seco... Las escucho en los cortes comerciales cuando mi abdomen sangra.
Tengo un dolor punzante en mis lumbares y el ceño fruncido como si mal actuase disimulando no saber lo que va y vuelve en mi cabeza. ¿Ven? Ya no lo tengo.
Es otra pausa, en otro momento. Es el verdadero hambre, la necesidad de atestar las fauces del Uróboros con radiación y colores sintéticos.
La herida en el abdomen me da paz: Es el arbol de la vida aceptandose a si mismo.
La herida en el abdomen me da paz: Es el arbol de la vida aceptandose a si mismo.
Es costumbre suplantar el alma con algo premium.
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