martes, 28 de febrero de 2017

#232

¿Por qué la vida propia importa?

El capitán volvía, endulzado por una orgía terminal, apenas inspirado por las nubes del expresionismo alemán.
El mundo se había convertido en un manojo de trapos digitales. Todos con sus cuellos en U, sumisos a no coger, por otro toque del romance entre sus huellas y el cristal.
El doctor le recetó, siete años después, que nada había cambiado. En su carta, un sonido extraño le pedía que aprendiera sus letras, desesperado.
Es que la tensión sexual crecía entre la Parca y este mundo acelerado.
El capitán volvía tras los pasos de una niña de perlas de mil colores, hija de algún país marrón donde los sueños eran tan simples que se vivían a diario y siempre pidiendo mucho perdón. Pero no era hija de la lágrima, no pedía más mercurio cuando se escondía el Sol.
Lo mataba aquella forma de amar, siempre tan particular, que no cabía en su furor difuso. Se tenía que intoxicar.
Un manojo de firmas que pedía por los bosques comenzaba a circular, en una plaza hexagonal, ese día que eligió aterrizar. Mientras los trajes querían acabar adentro de la Virgen de la Cruz del Sur, para dejar su vientre repleto de ese aplastante poder artificial.
Mas no le importaba la verdad, si de sufrir se trataba. Es que hacía mucho tiempo que su musa lo había dejado, y desde entonces y vaya a saber en qué telo lo engañaba con sus miedos.
El capitán creía en esas tardes de verano, donde anestesiado le pedía a su Dios que le perdonara el dolor de cabeza.