Entre a mi habitación y me encontré bailando y cantando de un lado al otro, como si fuera el anfitrión de un gran recital, acompañado por mis ídolos tocábamos sus infinitos éxitos. Mientras cantaba desde el corazón y con mucho teatro de por medio veía a mi gente saltar desde la muchedumbre.
“Hay mucho que liberar” – Me escuche decir muy rápidamente. Al verme tan ocupado, feliz y enfurecido, decidí buscarme en otro lugar.
Otro de los míos, se encontraba en la cocina. Era el que se preocupaba por cosas estúpidas; no paraba de girar de un lado al otro, blasfemando algo en lo que ni siquiera creía, tan sólo por ser odioso.
“No encuentro el cargador para las putas pilas” – Me dijo desde adentro. Aturdido por ser así tantas veces, seguí con mi búsqueda.
También estaba en el baño, arreglando mi reflejo. Enfurecido tanto como contento con mi apariencia, nunca aprendí a parar de cambiarme. El pelo se mojaba y secaba casi sistemáticamente, algunas veces a la izquierda otras a la derecha. Eso no importaba. Estúpido me sentí mas nunca iba a estar seguro así.
“¿Qué onda esto?” – Suspire esperando una superficial satisfacción. Al notar que cambiaba algo que siempre iba a quedar en aquel espejo, me fui sin contestar.
Aún atolondrado por tanta vergüenza propia, no podía creer que alguien había dejado la puerta abierta.
“¿Dónde estará el temeroso de los míos?” – Reñí en voz alta.
“A ese no lo vas a encontrar mas, siempre se anda escondiendo.” – Respondió desde el techo. Aquel era mi yo reflexivo y triste. Su mirada cada vez se adentraba más en el horizonte de incontables luces, furtiva ciudad. Después de un rato de oír frases de filosofía barata, me empezó a entumecer la inacción de mi naturaleza.
“Todavía hay tantos que buscar, esta casa no termina mas.” – Lamente mirando el cielo.
“Y eso que todavía te falta buscarnos en esta enorme ciudad.” – Me respondieron todos al unísono. Blanquee los ojos mirando al cielo y seguí buscando.
En el patio había instalado un pequeño bar, ahí me encontraba tomando y fumando casi todo el tiempo. Tan sólo para calmar mi sed de aire y tranquilidad, muy adentro sabía que todo eso era un simple placebo. Era uno de los pocos lugares donde por fin dejaba de temblar. Al darme cuenta que esta persona nunca se preocupó por entenderse, volví mis pasos.
Volviendo a la habitación se escuchaba el inconfundible sonido de “Ah te vi entre las luces” de la maquina de hacer pájaros, mi ego de músico famoso se encontraba tirado en el piso en una posición de plexo, con los ojos cerrados. Inmutable.
También estaba en la computadora. Escribiendo para subirlo a alguna pagina, sin saber realmente porque… Aquel yo era una especie de ventana que comunicaba todas mis personas hacia miles de monitores que nadie iba a leer. Lo veía muy parecido al del bar, todo era sobre calmar mi sed de aire y tranquilidad. Escribía lo que no se animaba a decir, siempre con muchas interpretaciones, hubiera sido horrible que alguien entendiese su amor.
“Ahí esta mi temeroso” – Especulé en silencio.
Pero eso no era todo en esa transformada habitación, también veía uno dar vueltas en la cama con los ojos cerrados. Algo nunca lo dejaba cabecear, siempre viví pensando todo. Y a la hora de dormir, se veía encerrado en un ciclo de cavilaciones. Atormentado por las cosas sin solución, por no poder encontrar una puta respuesta, por no saber deshacer o hacer algo.
En la cocina, el más estúpido de los míos estaba sentado con el cargador de pilas en sus manos. Tenía muchas personas ofendidas alrededor. En el transcurso de su importantísima búsqueda, el las había insultado a todas. Pero una pared de orgullo infranqueable le impedía disculparse.
Alguien venía de la calle, era el que siempre hablaba del amor. Venia triste e impotente, por mirar gente morir pidiendo metal, por tanta condena que es piel de los pobres, por maravillosas especies destruidas sin razón, por estar tan acostumbrado al smog y al desamor, por su egoísta condición y sus superficiales problemas. No encontraba eso que muchos tenían, eso que sólo sirve para contrastar. El más verdadero de los sentimientos. Se adentró en la casa aprensando el puño muy fuerte, mordiéndose las ganas y en silencio.
En la mesa, un señor frío y calculador se reía del sensible, y criticaba todo sin sentir absolutamente nada. El terapeuta lo miraba através de sus anteojos, como evaluando sus problemas. Rato después, decidió ignorarlo y siguió ayudando a unas cuantas almas con sus dificultades de amor. Se sentía útil y seguro de ese modo, se olvidaba de lo suyo.
También nos acompañaban el querido jugador de truco, que sin tener nada entre sus cartas redoblaba todo sin temor, el riesgo era su forma de ser. Tanto lo extrañaba…
“Tiene que volver” – Suspiré. Golpeaba la mesa y se reía como un loco, asustaba sus rivales, les mostraba un cálido corazón. Éste si que era feliz.
Desde lo lejos se veía a caminante aparecer, venia contento y rejuvenecido por el fuego de la ciudad. Siempre tan positivo y decidido, nunca se canso de que le dolieran los pies.
“Vení loco de mierda” – Le dijo el jugador en modo de bienvenida. Asintió con la cabeza y se dispuso a jugar tranquilo. El jugador lo miraba sonriendo mientras lo estudiaba, el quería divertirse.
Finalmente decidí quedarme jugando al truco con ellos, todos estaban mejor, nuestra cuota de aire y tranquilidad.
En la pieza. El músico dormía abrazado a sus discos, el sonámbulo lo había logrado también. El escritor chateaba en silencio.
Afuera no quedaba nadie, el reflexivo entro y se sentó junto a nosotros.
En el comedor, el sensible se amigaba con el calculador, el terapeuta lograba hacer reír a la gente con sus problemas, el jugador perdía y se emocionaba, el caminante se sacaba las zapatillas y el orgulloso y neurótico pidió perdón.
El borracho se acercó bailando reguetón. Nos agarramos la cabeza y le dimos un lugar para que durmiera en la mesa.
“¿Por qué te buscas en alguno de nosotros?” – Preguntó el terapeuta –
“¿Tan confundido estas?”“Somos todo el mismo, saca lo mejor de cada uno y listo. Aprende a decidir las cosas, busca lo que queres y hacelo. Acá no se viene a ganar o perder, nada de eso importa si realmente te conoces. Simplemente para de hablar o pensar, te lo dice un terapeuta. Olvídate de la razón.”