A veces, el capitán recordaba lo recorrido, entre cuatro paredes con el Sol detrás de sus ojos.
En el fondo del mar había podido encontrar, un sillón de terciopelo azul. Y a pesar del calor que le sabía dar, se sentaba a mirar televisión, en penitencia con el tiempo que le quedaba.
Transpirando en el fondo del mar.
La nicotina y sus dedos encallados lo calmaban los Domingos. Sabía de la música y su poder, sabía de la química y el destino.
Tenía un sueño recurrente, de caída libre sin vértigo. Lo inspiraba la posibilidad de no poder remontar en pleno vuelo.
Eran épocas de vidas cansadas a punto de dejarnos. Con suerte felices y plenas, muy cuidadas.
El capitán sostenía que debíamos ser parte de un todo sin explicación y en constante expansión.
¿Seremos nada más que una pausa interpretada en el tiempo?
¿Será casualidad que nos quedemos sin aire en algún momento?