De chiquito soñaba con un Sol deprimente.
De tallos de cemento y brotes de neón.
Y mejor el silencio.
Un ciudad incompleta, distinta a la urbanidad espejada de fracasados y el toxico andar de unos autos cuadrados en una de los setenta. Que siempre era actual, que siempre fue hace 30 años.
En una terraza imaginaria, rodeada de edificios desnudos cuyas obras parecían nunca terminar, mas bien en aquel entonces no existía el pasar del tiempo. Rodeada también de edificios pasados por agua, con humedades en formas de continentes renegridos en el colectivo mental de los hijos del pavimento.
Yo creía en mi poder para vencer, heredado de los mil colores y pocos fotogramas de mis televisores fantasmas. Yo creía en un procedimiento, en ir venciendo y creciendo para ganarle al mas fuerte y encontrar en la divinidad un absoluto que me explique porqué es más interesante soñar que volver a casa.
En la imaginación estaba todo, un palacio mental muy sensible a la vergüenza y al sufrimiento.
Y mejor el silencio.