lunes, 28 de junio de 2021

Domingo

Siempre me intrigó esa fuerza fundamental que nos vuelve tristes los domingos.
Hubo un tiempo cuando era niño dónde parecía ser inmune a ese mandato, sin embargo algo percibía.
Me reía y pensaba en lo afortunado que era por no sentir esa tristeza. También pensaba que todo iba para siempre en esa época.
Si bien siempre sentí algo inherentemente triste durante mis domingos, nunca sentí que tuviera la culpa los lunes. Era más bien la falta de movimiento, la quietud y el silencio que se construia en los domingos, lo que más me angustiaba.
Era un fenómeno colectivo entre los rostros que compartimos en la diaria.
En las reuniones familiares con el acento puesto en que a las 8 o más tardar 9 se terminaba. Ni hablar si por alguna razón te volvías más temprano de lo que esperabas.
Es que se combatía con ruido si tenías suerte, y se combate con ruido muchas veces hoy también.
El subidon y la caída, que nos da hacer y no poder hacer lo que se nos da la gana. Al menos eso pensaba.
Ya un poco más grande algunas cosas cambian.
La quietud muchas veces relaja y pocas veces entristece, pero hay algo fundamental por detrás que reconfigura los ánimos cerca del final.
A veces pienso que tenemos un fetiche tóxico con lo finito. Después de todo, nosotros hicimos y hacemos cada Domingo.

Ah pará, creo que ya es Lunes. ¡Menos mal!