Why build yourself?
El capitán entendió lo necesario que fue catapultar el alma, ante la inminente comezón que las satíricas ruinas de sí mismo le pronosticaban. El capitán supo bailar entre notas musicales, en escenarios de gente infinitamente desconocida. Empezaba a comprender la trampa del tiempo como una medida universal de lo inevitable y éste era su remedio.
El capitán construyó su cuerpo a sudor y cansancio, sabiendo que nunca iba a ser suficiente. Los juicios eran personales y los espejos encandilaban todo propósito.
Estaba herido el capitán y la galaxia era inacabable.
Masculló en su mente, un castillo de caries dentro de un cabaret.
Regaló sortijas y consejos a los jóvenes pueblos, habitantes de planetas distantes.
Supuso muchas veces que los soles tenían dueños y les devolvió el gesto con un agradecimiento.
Su mundo era el hogar de todos los mundos, un bolsa de nailon más por encima de las demás y de las botellas. Sólo por si acaso alguna se rompiera.
La suerte se apiadó del capitán obsequiándole su naturaleza cíclica. El precio fue un eterno retorno a lo insuperable, un entrenamiento obligado en el inhóspito vacío que se da entre dos astros. Al principio pareció una tortura, los designios eran niños aplastando hormigas, pero tras tantos ciegos y vueltas las llamas que conocía grises tornaron en gemas plateadas y nunca abandonaron su bolsillo.
Muchas veces podías encontrar al capitán en su mirador estelar, le tranquilizaba saber que aunque mirara hacia arriba el universo no tenía cielo.
El cuello de la botella era justamente el cuello de aquella botella.
Equidistante la sed. Su cero cartesiano, el presente.
Si el universo fuera infinito, si fuera todo repetible en esa infinitud... El capitán podría verse a si mismo, vernos a todos, desde su mirador estelar.