El Martes pasado por la noche, ya casi llegando al Miércoles, volvía de Neuquén junto a una de mis hermanas.
Transitábamos un momento difícil.
Ella encendió el auto y a unas pocas cuadras el estéreo: Era el piano de Los Dinosaurios y pensé Charly, siempre Charly.
Era una noche estrellada y hermosa en la ruta, la velocidad y la brisa se acompañaban. Siempre, en momentos de incertidumbre, el mundo me presenta calma y belleza. Y allí me situaba una vez más embebido en su eterna ironía... Con Charly, siempre Charly.
Lo descubrí en un Obras Cumbres con sus manos plateadas, un album de mil azules. Tenía tan sólo diez años cuando mi primo me mostró Fantasy y me voló la cabeza.
Recorrí la Ruta del Tentempié e hice mía su plegaría con Alguien en el Mundo Piensa en Mí. Canté el Fantasma de Canterville seguido de Confesiones de Invierno y volví a repetir... Otra vez más y ya van mil.
Es imposible nombrar todas.
Su obra era infinita y cada vez que encontraba una canción nueva me emocionaba. Me sentía inmortal y lo sabía, lo disfrutaba.
En un mundo que todavía desprendía esencia de vainilla con nafta quemada de los noventa, yo me sentía un amable traidor y sonreía ante el smog y la humedad de las paredes de mi Córdoba y su gente.
Ese era mi capricho y era ley.
Gracias Charly.