jueves, 26 de noviembre de 2015

#219

Son las cuatro de la tarde del año 1997, tengo siete años y en la radio suena Pubis Angelical. Es una de esas tarde de llovizna, es un recuerdo plateado: Estoy en mi balcón de la calle Obispo Trejo, dibujando el edificio del frente con demasiado detalle, pues todo tenía demasiado detalle para mi edad. Lo curioso es que no iba a conocer esa música hasta terminada mi adolescencia, así es la naturaleza retroactiva de mi memoria incremental.

Ya había mudado muchas veces de alma para mis siete años, mi cuerpo supo mantener cierta estabilidad, al menos en aquellos años. Aún así habían ciertas cosas que me marcaban:
Una campaña de solidaridad, una estética errada en las plazas, una falta de correspondencia entre la felicidad y las caras. Recuerdo que si era afortunado me llevaban al Oasis, ese lugar que me sofocaba cuando llevaba puesto pullover, un lugar que me dejaba afiebrado de tantos colores, luces y comida rápida. Había algo que estaba mal para mi edad, siempre me sentía más a gusto cuando volvía a la humedad en el aire y las paredes renegridas como testimonio de algo que alguna vez fue nuevo y ya está vencido. Si, siempre me sentía mejor al salir pero quería volver. Quizás hoy puedo pensar que era adicto al golpe de realidad: Me gustaban las imperfecciones de la calle y la quiromántica tristeza que producían mis palmas sobre las ventanas de aquellos coches en movimiento.

Volviendo al recuerdo, en los días de lluvia, cuando todo era plateado, siempre era mejor relajar los karmas. Era el momento de retratar edificios con la precisión de un futuro arquitecto, aunque años después hubiera terminado redactando para el imaginario individual una imagen subjetiva de las formas. Era el momento de construir ciudades enteras en el living y de dilear con las relaciones interpersonales de sus habitantes, con sus articulaciones pobres y sus cuerpos sintéticos.
Había que dejarlos engañados e ir a baño sólo para volver con último sigilo a espiarlos, sólo para verlos discutir sobre su Dios y Patrón, y de por qué nadie les preguntó los oficios que les fueron impuestos. Sin embargo ninguno nunca respondía y ese era el juego, estaba bien, después de todo había que relajar los karmas. 
Lo instrumental de Pubis Angelical ya termina, pero si algo aprendí es que hay discos que son tan buenos que realmente nunca terminan. Lo mismo pasa con los recuerdos y la naturaleza retroactiva de mi memoria incremental

¿Así era?

Fue uno en el noventa y uno.
Fueron dos en el noventa y dos.
Fueron tres en el noventa y tres.
Fueron cuatro en el noventa y cuatro.
Fueron cinco en el noventa y cinco.
Fueron seis en el noventa y seis.
Fueron siete en el noventa y siete.
Fueron ocho en el noventa y ocho.
Fueron nueve en el noventa y nueve.
Fue casualidad.