domingo, 22 de febrero de 2015

#203

Un sorbito de café, otro sorbito de vos también, que palabra fuerte ese pronombre personal y vos.
Humito en el café me dice que espere.
Hoy se dice que hace frío en las grandes ciudades de la humanidad.
Acá esta soleado, a veces salgo a tomar café a la vereda y observo esa delgada frontera que dejan las sombras en el suelo, observo absorto contando cuantos sorbos faltan para llegar al trago. A veces también me miento que lo hago, el café se va dejando.
Somos palabras, puntos de referencia, un puñado de percepciones mal traducidas por un lenguaje hambriento, de voraz incompletitud. Somos unos kilos de esto, unos metros de aquello.


miércoles, 18 de febrero de 2015

#202

Entumecido en su mambo va, el pibe orejas de algodón.
Con un gesto casi consensual.

Toca la murga buscando unos pies.
Recibe su tango, la suela y el canto.
Pa la casa, pal río repiten sus pasos.

Las tardes van ciegas cayendo sin vueltas.
Las lunas son nuevas, percuten maderas.

Juanitas te bailan, calando tu suerte.
Tus ojos rechinan al viento con sol.
Los niños sonríen jugando a la muerte.
Tu vida, un puñado de días, los gritos de gol.

Fragmentos del Ícaro encendés.
Me caigo aspirando más de tu piel.
Exhalo de tí, comparto y lo pierdo.
Soy sólo un acorde del mar, un anhelo.

Toca la murga en la vuelta un silencio.
Se siente que late ese fuego sonámbulo.

jueves, 12 de febrero de 2015

#201

Me envuelve... Imagino real volver a los cigarrillos. Los ojos achinados por el humo, un poco del bueno, el malo y el feo, un poco de pánico y locura en Las Vegas también. La sonrisa en el reverso del rostro, la mirada atenta y perdida. 

Un sólo Dios y es que no importa.
Una calma y un vacío.
Una tolerancia, algo por detrás de lo superficial.
Un poco de felicidad, también un poco de no saber que es lo que hay.

Lugares que no están.
Canciones que vuelven diferentes.
Inmediatamente vuelven diferentes.
No importa cuantas veces suenen.

Pausas y esperas.
Un milenio fugaz.
Sed, hambre.
Libertad.

Entumecido en su mambo va, el pibe orejas de algodón.
Con un gesto casi consensual.

miércoles, 4 de febrero de 2015

#200

Una noche que no se dejaba dormir.

Encendió el mechero con su mano izquierda, lo mantuvo y observo su llama, escucho el suave silbido del gas que escapaba. Sumido en la llama, el metal se calentaba, todo el mundo alrededor crecía y giraba. La música dejaba caricias de psicodelia que se esfumaban al menor contacto. El tacto no pudo más, el fuego volvió sobre si mismo, la caída fue inevitable. Nunca iba a dejar de caer. Afuera, en ese otro mundo, lo rodeaban muebles que luchaban por no ser viejos. A veces lo entristecía el paso del tiempo. Todo debía brillar en el mundo de los nuevos.

El té está caliente, me hace transpirar. Todo me hace transpirar, esta ciudad y su aire espeso. Una sopa de neón, ruido de sirenas y cal. Amo esta ciudad. De vez en cuando la música me inspira, generalmente me bloquea, es demasiado para mí, uno quiere morir cantando. Mi religión habla de dioses cantantes, escenarios infinitos y alguna que otra génesis para el mundo. Terminé el té, el proceso fue complicado, había que cosechar, transportar, envasar, distribuir, comprar, hervir, servir, azucarar. Sigo transpirando. A veces sospecho de mis textos y su supuesto surrealismo, sospecho de un posible inconsciente dirigido. 

Sabía que su inspiración duraría tanto como la llama, debía darle un cierre seco pero llenador como esas canciones de funk que terminan de golpe y no hace falta nada más. Alguien volvería a encender aquel mechero, probablemente él, probablemente para algún té, probablemente no.

Canta una mujer, la conozco como se conocen los extraños. Famosos, internet y otros turbios diseños. Me gusta su voz, ya no transpiro más, el cambio volvió a su lugar. Dice que se siente enferma, dice algo mas también, en su idioma suena sensual. Optimismo a todo color, montañas verdes y un cielo nublado. La brisa que limpia, suave humedad. No terminé de masticar el té, algunas cosas son como chicles para mí, quizás tenga que ver que usé dos saquitos. Volvieron los mosquitos, el dios espiral se fatigó. 

Un primer lunes, un primer viaje.

Volvió a la rutina el caballo afilando los dientes, se había olvidado los auriculares. La humedad sabía molestar, el trasporte público era parte del gris ensimismado de la ciudad. La espera se extendía en la distancia, todos compartían la misma cara. El calor de un sol que no está. Le iba a ser difícil disimular aquel fuego.

Me logré sentar, última hazaña infantil posible en este invento argentino. Desfila la gente en la pasarela de hule, una brisa necia golpea mi cara. Es la velocidad, me explicaron alguna vez. No tengo qué escuchar, salvo historias de encuentros casuales, algunos incómodos, otros divertidos, todos en alguna forma mal guionados por los designios del gran imán. Tarareo una canción que nunca escucho, me suele suceder cuando no tengo qué escuchar. Son cosas que no puedo manejar, como las tildes. 

Un despertar de sábado, un típico aftermath.

Comía papel y escribía, una gitana le había aconsejado que comiera el papel para darle volumen y consistencia a sus textos, él en el fondo quería ganar un premio y ser declarado eterno. Me sorprende pensar en la interminable cantidad de curas para la ansiedad que solían dar los curanderos. No había nada que comer, esa también era la realidad. Lo que necesitaba era café.

Tengo que ir al super, dos tomates y aire frío en la heladera. Piedra preciosa el aire frío. Tengo cansadas las piernas, quizás bailé, quizás fue el gimnasio también, vaya uno a saber. Había lechuga también, mi heladera la congeló, suele hacer esas cosas con la gente que no le gusta. Vaya uno a saber.
Anoche soñé, fue tan vívido el sueño y tan borrosa la vigilia que los confundo con facilidad. Construyo recuerdos a partir de fragmentos de mi inconsciente, busco mensajes que nunca existieron. Voy barajando y repartiendo los momentos, caricaturizando lo que es y lo que no. Fue interesante este sueño, desde la lectura psicológica uno podría pasarse la vida ahondando en significados, muchos obvios hasta para mí.
Soñé con ella. En la radio Sidonie me dice que es un día de mierda, la imagen que pinta es la de un hombre y una resaca setentista, no estoy completamente de acuerdo. Soñé con ella, estaba semi-desnuda reposando y charlaba como si nada. Cómo todo lo que hace, como si nada. Había viajes, visitas, autos, colectivos, amigos, conocidos, cielos para perros y la música suave que escucho. ¿Hasta cuando los sueños forman parte del presente? Ahora suena Miss Cafeína, me gusta su nombre, de polvo y flores el disco. Estoy seguro, su significado en argentino es otro. Nos besábamos y algo no andaba bien, me quería convencer que algo no andaba bien. Le temía hasta en mis propios sueños. Daños colaterales de una vida entera apostando al doble cero. Suena Ciudad Vampira, las canciones a veces tienen razón y a veces no.

Un domingo de lucha, la resistance química.

Había llegado el momento de luchar contra los designios de un día mal acostumbrado por las costumbres paganas. Un dios y su frenético espiritual día de descanso. Había que alimentar, santinar el alma a prueba de pecados y cuchillos afilados por el cielo. Sólo así uno puede concluir que la gente es linda, en sus diferencias bien adentro.

Había tocado fondo el efecto, el placer se diseminaba desde las entrañas hasta el universo. No había punto de retorno, tampoco lo quería. Las teclas producen por cuenta propia, su sonido seco estimula al dios de las cajas de metal y su materia informática intangible. La conexión humana que derroca tímidos, que juzga con errores de ortografía, que muchas veces se come las eses. Estoy en un pasillo a medio recorrer, estoy en el mediodía y mis piernas golpean al ritmo, lo castigan, lo acompañan, aman la música.

Un incumplido.

Llegó hasta donde no debía. Sus cálculos siempre fueron correctos, salvo por el hecho que se mentía. Tenía muchas formas que ocupaban su cabeza, luchaba contra una marea que crecía, se comía sus propios miedos, aceptaba las vergüenzas de quedar expuesto.

Me gustaba y soñaba apagar su mente, ya había resuelto fracasar en aquello tan hablado y pensado. Necesitaba que los días pasaran para poder concretar la esperanza de una falsa calma. La creatividad venenosa que pospone hasta la ultima consecuencia el deber. Tan sólo por un poco más de libertad, por un poco más de juventud, por el irrevocable terror que significa no sentirse niño. Estaba harto de estar muerto, de los placebos y sus precios, de sus negociados con el frágil equilibro del mundo a base de plásticos financieros y metales desechos. Los intereses, los recargos, los demonios del inframundo y su lugar en sociedad. No quería deberle mi vida a ningún Dios, no quería tener prestamistas de mi libertad. Repudiaba lo divino y lo humano, los odiaba por igual. Las melodías cada vez tenían que estar más fuertes, los diques crecían, las grietas con cada sorbo de agua, la respiración y su placer oculto. La gente, los apretones de manos, los besos, las muecas y los lugares oscuros.


A veces no sabe cuando terminar, no encuentra ese arreglo final.