De genes malditos y pueblos fronterizos, impermeables a las guerras y sus gobiernos de facto.
De su sentida y única desaparición, de la gente que se murió preguntando por qué no pasa más el tren.
Del crecimiento del río y su clima bendito, de las puertas abiertas al rocío y los cerrojos vencidos tras nunca haber sido usados.
De mis abuelos, la medicina y el canto siempre de la mano.
Mi suerte que florece sobre la suerte de mis padres y la suerte de mis padres sobre la suerte de mis abuelos.
La crueldad de sus inviernos pagada por la claridad de su cielo, donde por las noches serenatas surgen y la vía láctea florece.
De allí vengo.
Donde la sonrisa y la solidaridad es reflejo.
Donde los mates por la tarde son más que suficientes.
Yo no nací en mi pueblo, mis genes lo hicieron por mí.
Y por mí deciden volver cada vez que me lo permite en mis bolsillos la suerte.
Para nunca dejar de ser niño, para nunca dejar de crecer.
Brindo por lo que fue y por el cambio, brindo en un mundo que no me pertenece, brindo como mis padres lo hicieron por sus hijos.
Brindo por mi pueblo.
¡Salud!