El caminante sentía la libertad de lo que iba a suceder.
Segundos antes que el destino se apoderara de su alma, merodeaba la ciudad bajo una noche que parecía eterna desde hacía tan poco, tan de golpe.
El frío había venido para quedarse, era uno de esos días que los sensibles sufren tanto. Se pregunto sobre la naturaleza de esa estación, si es que el inmutable clima era creado por la gente. ¡El invierno es culpa de las personas, que se esconden y abandonan al Sol!
Se conocía demasiado aunque no dejaba de sorprenderse, sabía que tanto imaginar realidades mas cómodas lo iba a terminar matando. Sentía un ardor escalofriante trepar su espalda. Patrón de la vergüenza, famoso ensayo y error. Iba soñando arreglar las cosas como si fueran juguetes rotos, tan fausto era su orgullo que nunca había aprendido a llorar.
Con su mente en blanco se iba gritando cosas al oído cuando de repente mientras cruzaba aquella avenida escuchó un estridente canto de retorno. Su final lo iba a marcar aquel engendro de maquinas superpuestas y ojos brillantes, dueño de tanta velocidad y choque. No hubo reacción más muda ni dolor más sordo que aquel. Al sentir sólo el viento el no pudo evitar sonreír a medias, y la lágrima esbozó una sombra en su mejilla.
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