Desperté bien al sur, una suave humedad en movimiento acicalaba mis pies al compás de una melodía tan fría como descomunal. Ya sin saberlo estaba de pie frente al mar de mis destinos, cuya hermosa pared no sabía de alturas. Y allí fue donde obtuve el regalo de tanto imaginar, donde por fin aprendí a volar.
Así me dispuse a navegar en las alturas de una ciudad que no conoce ni el día ni la noche, una ciudad construida con recuerdos poco inventados. Entre nubes de un sabor que siempre quise probar, aprendía al verme renacer y morir en las mañanas. Siempre para siempre.
Parecía un fantasma en el último de sus eternos éxodos, recluso de aquella suave irrealidad. Siempre para siempre.
¿Será este teleteatro la correcta sintonía? ¿Seguirán sufriendo de insomnio nuestras almas? ¿Continuaremos construyendo velocidad tan sólo para poder escapar una y otra vez?
Aun así nuestros destinos pasajeros, convenientes sueños, nos ayudan a bailar en las alturas aunque siempre (hasta ahora) nos lo recuerdan todo con una fuerte caída. Nos devuelven… Como siempre, para siempre…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario