No se si soy bueno para contarles historias de amor, tampoco sé cual es el alcance de basarme en una historia real. Claro está que no tengo todos los hechos dispuestos en cronología y precisión. Voy a inventar, voy a manipular aquello que escuché pero nunca confirmé. Es que eso es lo que hacemos los que intentamos escribir, es nuestra forma de tener el control, vivimos remodelando salidas de emergencia mientras ardemos y nunca es suficiente, por suerte.
La niña era feliz, siempre supo serlo aún después de descubrir esos mundos que esconde la gente en el placard. La niña vivía en su pueblo, castigado Macondo de la canción de Serrat. Ella podía ver más allá de las limitaciones de una sociedad quejica que culpaba a su lugar en el mundo por una existencia tan efímera como ensimismada en su propia falta de explicaciones. Repito: Ella era feliz.
Siempre escuchaba un vestido y un amor, y aunque prefería los ángeles escogía el rubí. Había venido al mundo a imitar y dar a los demás, cómo tantos antes que ella.
Era bella también, contorsionista de espejos, se sabía manejar. Muchos la supieron apreciar, se enamoraron sin dudar: Poseídos por su paisaje vasto y primaveral perdían la cordura de una sobredosis afrodisíaca, se mataban entre sí por construir el castillo más alto de la llanura. Pero ella sabía que, por altas que fueran, las torres eran un chiste de salón para los cielos; una metáfora de la existencia de vida y lo infinito del universo.
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No era ninguna tonta, sabía bien cómo dejarse cazar, sabía jugar con la necesidad de los demás. Amaba las tormentas, soñaba con ser un huracán, se divertía con los cortes de luz y la inocente ansiedad que provocaban en los demás. No necesitó de Hollywood para aprender a bailar bajo la lluvia, era creativa porque sabía ser libre.
Su familia era una extraña mezcla de costumbres perdidas a buena leche y psicopatías. Su derecha, justa e inquebrantable, le dictaba un destino de sufrir mientras que su siniestra le daba una resiliencia que iba a saber legar. Sus genes le prometían una vida lejos de ser aburrida.
Mientras las tormentas y los apagones se sucedían, ella simplemente sonreía. Sus hermanas eran victimas y verdugos, pecados y mendigos, futuros a migajas de sueños y días lluviosos con toda la vida por delante. Nunca especuló con el azar de la moneda de turno, sólo le importó el gobierno a unos pocos metros.
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(Un principio.)
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