Aquella tormenta, tan señalada que se sintió absurda, despojada de su nombre propio por la indiferencia moderna, embistió enfurecida contra su cielo e implacable y fugaz fue su límpida resolución al deshacerse contra el cemento.
Cemento que la iba de olvidar, mientras las calles anegadas volvían a su paz, y los cuerpos en su rutina confundida no sabían si su alivio provenía de haberse dejado naufragar.
Cemento que la iba de olvidar, mientras las calles anegadas volvían a su paz, y los cuerpos en su rutina confundida no sabían si su alivio provenía de haberse dejado naufragar.
Así se fueron sus quince minutos de existencia devorados por ese abismo fin fondo, tan repleto de nombres propios, que algunos llaman Tiempo.
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