miércoles, 19 de diciembre de 2012

#118

¿Dónde estarán? ¿Cómo fue que los perdí tan rápido?
¿Y mi moneda?

Desde arriba la Luna ofrecía la tenue claridad que su cuarto menguante le podía permitir. Hacia ambos extremos, las viejas calles de tierra perdían sus horizontes frente a majestuosas siluetas de renegridos Paraísos, inmutables en ese eterno baile, queriendo imitar la brisa. Casas coloniales con sus recuerdos de siglos pasados, perdidos pero presentes en algún que otro inconsciente añoso, terminaban de pintar mi pueblo. Aquellas estructuras aún variando en arquitectura, habitantes y dolores, encontraban similitud en esos pequeños detalles, detalles de mesas afuera, puertas apenas entornadas y mates amargos esperando el rocío.
¡Y qué decir del obsoleto alumbrado público! Historias tan inexplicables como creíbles nacen en estos queridos pueblos. Se sabe decir aún dentre los más callados que el errático comportamiento de los escasos faroles responde a aquellas almas que transitan la noche, ya sea brindando refugio a esos fugaces amantes precoces que con avidez huyen de las doctrinas que les imponen o señalando con migajas de luz el camino de vuelta al hogar de tambaleantes borrachos.

Esta noche el alma bendecida no parecía ser la mía, mi camino había sufrido un apagón. Y para empeorar la situación, la cantidad de monedas que traía conmigo era impar. Supongo que debería explicarles esto último: Desde pequeño siempre tuve mañas particulares, una de estas era la necesidad de llevar siempre una cantidad par de monedas. Elegí par por una cuestión de practicidad, valga la ironía, nunca fui una persona de muchas monedas y me habían enseñado en el colegio que al no tener ninguna, tenia una cantidad par. Nunca les pude seguir del todo la explicación, al parecer sostenían que nada es una cantidad. Idea que siempre me pareció triste y tuve presente. Y si, si me encontraba con una sola moneda la regalaba. Y fue por causa de aquella maña que perdí a mis amigos...

Íbamos caminando todos juntos, eramos mas que diez y menos que treinta. Nos alejábamos de la plaza en la séptima noche de mis vacaciones buscando alguna fiesta, era una curiosa casualidad que fuera Domingo.
¿Habrá sido en la séptima noche?
Acostumbrado a la vida de la ciudad, uno termina sorprendiéndose frente a las cosas más simples de la vida. Así fue como un sapo me hizo llevarme un susto y con este deje caer una de mis monedas en un pequeño matorral. Me demoré buscándola mientras veía a mis amigos doblar en la esquina, al reconocer la dificultad de la búsqueda me apresuré para decirles que me esperen, pero al doblar ya los había perdido. Seguí hasta la siguiente esquina sin éxito alguno y sintiéndome un poco tonto volví a donde mi moneda yacía perdida, pero nunca pude encontrar aquel matorral.
Enseguida pude reconocer que había algo raro en la noche, vagué durante lo que pareció horas escuchando tan solo la brisa en los Paraísos y el quejido de una bicicleta que nunca encontraba descanso.
Cansado y ya sin prisa, le hice compañía a uno de esos mates amargos y juntos esperamos el rocío.

¿Dónde estarán? ¿Cómo fue que los perdí tan rápido?
¿Y mi moneda?



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