Allí la vio, de piernas cruzadas y faldas que sobran, complicada como ninguna en su pequeño ventanal. Ella nunca supo que le escribía, más aún le decía a través del cristal de su copa que algo le veía hacer pero nunca sabía. El señor nunca pudo nombrar aquello que lo detenía... No se animo, la miro a los ojos de reojo y así le recitó a su vino:
Te beso vino, te encuentro tinto.
Suspiro tu sabor al paisaje de este ventanal de noche y a su demonio circular que plateado baila con la idea de salir a jugar sin importarle el porvenir o el qué dirán.
Me vuelvo a ella y pienso que vaya a saber uno si le canto al vino.
Sobre tus manos en el cristal reposa, y con él un cielo rubí tiñe de recuerdos el momento: Recuerdos de un pueblo con padres, guitarras y madres. Recuerdos de ese niño que las manos de un viejo acompañaba, recuerdos de un árbol, de barros y albahaca.
Me vuelvo a ella y observo sus ojos cuyos acabados de almendra sostenían un mirar firme de atención y cariño, y sus lágrimas que ya se habían acostumbrado al cautiverio volvían a encontrarse en un tenue río de silencioso caudal.
¿Qué rompí?
Me abrazó sin responder y todo desapareció.
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