No veo las horas que anochezca recién a las nueve.
En ciudad universitaria, con los pies descalzos y una lata en la mano.
No veo las horas de mirar mil luces, de mil colores, en mil habitaciones.
No veo las horas de tener la ciudad en mis manos y que se me escape.
Hacía calor en la ciudad y sus habitantes, por votación dividida, habían decidido esperar la noche.
Recordó mandatos y normas que forjaron su niñez, mientras tragaba saliva y veía al Sol caer.
Entre perfumes Paco y cumpleañitos de papel, recorría los mismos lugares veinte años después.
De ir a comprar Derby Suaves y si había vuelto heladitos Sin Parar. De construir historias en las mentes de los demás.
De la televisión infinita con todo por descubrir, de un mundo en su protagónico más feliz.
De la tecnología y la ternura en la pintura, en juegos de aventura gráfica, el arte, el humor y la locura.
¡Imagina! Son las terrazas donde jugabas a que salvabas el mundo de esos males elementales.
Es esa inspiración que solo se encuentra en las manchas de humedad de los edificios más distantes.
¡Mira! Son los noventa latiendo detrás de los ojos del común.
Es ese placer que uno siente al saber que falta mucho para todo.
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