Algunos estamos destinados a morir.
Sin la sal, sin el convento.
Despojados del show de las mentes taladro y su aburrimiento.
Alguno estamos destinados a vivir.
De la música y del Sol.
De las quemaduras, de las manos y narices frías.
Esta práctica surrealista despoja todo aquello por debajo de tu alfombra, en su paso además procura no correrte de lugar los muebles.
Todos salvo aquellos de más allá quieren que seas feliz.
Los conjuros del mundano, la soberbia del amanecer.
La leña y el fuego.
Lo fácil, lo conveniente, la corriente.
Seguila, ahogate, viví.
Lo difícil es discernir aquello salubre de lo que se quiere.
Lo costoso es cambiar la propia personalidad por una paz que no se merece.
Encontrar lo que querías y dejar de ser por mantenerlo.
La sal y el convento, el sabor de una boca sin hambre.
La música y el Sol, piel de la afonía.
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