Un poco mejor pero todavía no puedo cantar. Mi alma sigue en standby.
Fue alguna noche, demonios menguaban cansados de su fugaz completitud y amanecía sobre las espaldas de los que podían ver una melodía que era percepción austera, profundo brote de conocimiento irrepetible.
No había ruido, los enemigos estaban desnudos. Tetas amenazantes ofrecían drogas que dejaban huellas.
Lo sabía, moriríamos por un sorbo. Sospecho que todos lo sabían, nadie hubiera podido resistir tal tensión: Ignoraban el desenlace, le escupían al futuro y amamantaban ese niño arrepentido, fatua idea que alimenta la nostalgia, comezón que nos da el presente por no saber entender tanta realidad, tanta nada.
Era una exposición de cuadros viejos que habían desaparecido bajo el fuego de alguna que otra revuelta. Las guerras civiles de la historia dejan marcos renegridos y vacíos, nos dejan con esa estúpida pregunta: ¿Quién habrá estado pintado acá?
La inconformidad del ser humano puede ser fácilmente explicada con una PlayStation o con algún papel, morimos sin saber porqué y queremos sin saber a quién. Aburridos del espejo, aburridos de jugar, es el hombre ese niño que no puede cambiar.
Las crónicas ya no dan abasto, no hay memoria colectiva capaz de abarcar todo detalle. El bulevar dispone verdes plazas de escepticismo entre una realidad y la otra. Las tetas eran enormes, las huellas también.
Igual creo que mañana ya voy a poder cantar.
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